Autora: Sudeivi Marín.
En el corazón del Manu, entre los ríos Madre de Dios y Colorado, se extiende la Reserva Comunal Amarakaeri (RCA): un territorio de más de 400 000 hectáreas de bosque tropical compartido entre el Estado peruano y diez comunidades nativas de los pueblos harakbut, yine y matsigenka. Su modelo de cogestión indígena ha sido reconocido como uno de los más sólidos del país (Cardoso, 2022), al sostener durante dos décadas una experiencia de administración participativa que equilibra la conservación ambiental con el bienestar de las poblaciones locales.
Amarakaeri no es solo un área natural protegida: es un territorio donde la biodiversidad y la cultura dialogan. Su estructura de gestión, liderada conjuntamente por el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNANP) y el Ejecutor del Contrato de Administración (ECA Amarakaeri), se basa en la confianza, la comunicación constante y el respeto por los saberes ancestrales.
Durante las visitas de campo a las comunidades de Queros, Shintuya, Diamante y Shipetiari, comprendí que el territorio no se gestiona únicamente con planes, sino con palabras compartidas. Cada reunión comunal, cada faena y cada conversación cotidiana son espacios donde la comunicación cumple un rol central en la cogestión del bosque. En Amarakaeri, comunicar es cuidar: cuidar el territorio, las relaciones y las historias que lo mantienen vivo.
Comunicar es cuidar
La Comunicación para el Desarrollo, entendida desde el enfoque participativo, se manifiesta en Amarakaeri como una herramienta para fortalecer la organización comunitaria y el manejo sostenible de los recursos. No se trata solo de transmitir información, sino de construir significados colectivos donde todas las voces cuenten (Bessette, 2007; Estrella & Gaventa, 2001).
En las comunidades, la comunicación ocurre en los espacios más cotidianos: al cocinar, sembrar o trabajar en faenas. Allí, las mujeres y los hombres dialogan sobre el bosque, los cultivos o la educación de sus hijos, tejiendo conocimiento mientras comparten su día. Tal como sostiene Chambers (1997), el aprendizaje real ocurre cuando las comunidades se apropian del proceso y se reconocen como protagonistas del cambio.
En Shipetiari, donde el idioma matsigenka predomina, el acto de traducir no consiste solo en cambiar palabras, sino en transmitir sentidos culturales. Ferrand, traductor local de la comunidad, explicaba que “traducir es ayudar a que el mensaje llegue con respeto”, lo cual refleja que el diálogo intercultural es un puente de reconocimiento mutuo. De acuerdo con Borg Rasmussen (2021), los procesos de gobernanza ambiental en áreas protegidas dependen tanto del diálogo entre saberes como del respeto a las formas locales de comunicación.
Del mismo modo, en Queros y Shintuya, las mujeres destacaron que la conversación cotidiana es un espacio de decisión y liderazgo. “Mientras cocinamos o tejemos, hablamos de la comunidad y de lo que hace falta”, comentaba una lideresa local. Estas experiencias muestran que los principios de la comunicación participativa, escucha, diálogo, reciprocidad, se materializan en prácticas que sostienen la gobernanza comunal y la conservación.
El bosque que habla
En Amarakaeri, comunicar también significa escuchar al bosque. Escuchar el murmullo del río, el canto de las aves o las voces que se cruzan en las asambleas comunales. Como señala De la Cruz Huamán (2022), los procesos participativos adquieren profundidad cuando incorporan la perspectiva de las mujeres y los conocimientos que ellas transmiten desde su experiencia cotidiana.
La palabra circula entre generaciones y se entrelaza con la memoria ancestral, manteniendo viva la relación entre la comunidad y su entorno. De esa manera, la comunicación se convierte en un acto de reciprocidad con el territorio: un intercambio simbólico que refuerza el sentido de pertenencia.
En tiempos de crisis climática, Amarakaeri recuerda que la conservación no depende solo de financiamiento o políticas, sino de relaciones tejidas en confianza (Borg Rasmussen, 2021). Comunicar es cuidar porque dialogar y escuchar son las primeras formas de proteger la vida.
El bosque, como las comunidades que lo habitan, también tiene voz. Y mientras esa palabra siga viva en las mingas, los talleres y las asambleas, habrá esperanza de seguir construyendo futuro en equilibrio con la selva.
Bibliografía:
Bessette, G. (2007). Facilitar el diálogo, el aprendizaje y la participación para el manejo de los recursos naturales. FAO.
Borg Rasmussen, M. (2021). Convivencia negociada y gobernanza ambiental en áreas naturales protegidas del Perú. Íconos, 72, 161–183. https://doi.org/10.17141/iconos.72.2022.4953
Cardoso, A. (2022). Reserva Comunal Amarakaeri: Cogestión del territorio indígena (2002–2022). Universidad Nacional de La Plata.
Chambers, R. (1997). Whose Reality Counts? Putting the First Last. Intermediate Technology Publications.
De la Cruz Huamán, R. (2022). Sin mujeres no hay democracia: mujeres indígenas y los procesos de consulta previa en el Perú. Tierra Nuestra, 16(2), 90–98. https://doi.org/10.21704/rtn.v16i2.1928
Estrella, M., & Gaventa, J. (2001). Monitoreo y evaluación participativa: Revisión bibliográfica. Institute of Development Studies.