Autor: Julián Rodriguez
El lunes 21 de abril falleció, a los 88 años, el Papa Francisco, líder espiritual de la Iglesia católica y una figura clave del siglo XXI. A pesar de haber iniciado su pontificado a los 76 años, su mensaje logró recorrer el mundo, cruzar fronteras y tocar los corazones de creyentes y no creyentes. Su mensaje era claro: Dios es Padre y no reniega de ninguno de sus hijos. Y el «estilo» de Dios es «cercanía, misericordia y ternura». A lo largo de este camino encontrarán a Dios (Carta enviada para el jesuita James Martin, 2022)
Durante más de una década, Francisco fue una voz incómoda y necesaria en un tiempo de profundas crisis: habló de migración, cambio climático, pobreza, exclusión, corrupción y guerra, sin temor a cuestionar las estructuras de poder y a su propia Iglesia. Para él, primero era la persona y luego la institución. Su último mensaje, pronunciado en el Domingo de Resurrección, fue una síntesis de su pensamiento: “Renovemos nuestra esperanza y nuestra confianza en los demás, incluso en quienes son diferentes a nosotros o vienen de tierras lejanas. Porque todos somos hijos de Dios.» En tiempos de polarización y violencia global, sus palabras siguen invitando a la unidad, al respeto por el otro y a la búsqueda de una paz verdadera como hijos e hijas de Dios.

Hoy quiero recordar otro de sus mensajes, uno que nos toca más de cerca: el que dirigió a los pueblos indígenas de la Amazonía durante su visita al Perú en enero de 2018. En Puerto Maldonado, Madre de Dios, el Papa no solo se reunió con líderes amazónicos del Perú, Brasil, Colombia y Bolivia; también pronunció uno de los discursos más fundamentales de su pontificado con respecto a la situación de Sudamérica, la región donde el nació, al denunciar la amenaza que enfrentan los pueblos originarios y sus territorios:
“Probablemente los pueblos originarios amazónicos nunca hayan estado tan amenazados en sus territorios como lo están ahora. La Amazonía es tierra disputada desde varios frentes: el neoextractivismo, los grandes intereses económicos (…), pero también ciertas políticas de conservación que excluyen al ser humano.” (Discurso del Papa Francisco en Madre de Dios, 19 de enero de 2018)

Hoy, siete años después, su llamado sigue resonando. La Amazonía continúa bajo ataque: la minería ilegal, el narcotráfico, la deforestación y la trata de personas siguen cobrando vidas humanas y destruyendo ecosistemas. Los defensores de la naturaleza siguen siendo asesinados en silencio. Cada año, estando al tanto o no de las noticias, la muerte de los líderes indígenas es algo presente en la cobertura periodística actual. La pregunta es inevitable: ¿Qué hemos hecho para escuchar esa advertencia? ¿En verdad ha sido escuchada o simplemente la hemos ignorado?
Francisco no habló solo como líder religioso, sino también como un fiel seguidor de San Francisco de Asís. No eligió su nombre al azar: quiso rendir homenaje al “hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y custodia la creación”. Esa figura inspiradora se convirtió en el faro espiritual de su pontificado, especialmente en su defensa del medioambiente y de los más vulnerables.
Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba San Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba” (Carta Encíclica Laudato Si’, 2015)

Desde esa mirada espiritual, ética y profundamente humana, el Papa Francisco nos convocó no solo como creyentes, sino como ciudadanos, como consumidores, como beneficiarios –aunque sea de forma indirecta– de un modelo económico que sigue despojando territorios y comunidades. Su propuesta del “buen vivir”, inspirada en los pueblos originarios, nos recuerda que el desarrollo no puede medirse únicamente en términos de riqueza material. Requiere equilibrio con la naturaleza, justicia para los más vulnerables y respeto por la diversidad cultural. Tal como nos expresa su Encíclica Laudato Sí (en español: “Alabado seas”). La primera encíclica ecológica de la Iglesia católica.
Recordar al Papa Francisco, es también recordar su mensaje, reflexionar y actuar para y con la Amazonía. Su voz no fue solo un gesto simbólico, fue una denuncia directa y valiente ante el abandono, la explotación y la indiferencia que enfrentan los pueblos originarios y los ecosistemas amazónicos por parte del pueblo peruano. No basta con rendirle homenaje y expresarle agradecimiento. Honrar su legado es retomar el compromiso que nos propuso: defender la vida, proteger la tierra y escuchar con seriedad y respeto a quienes han sido históricamente silenciados y que aún siguen siéndolo.

Silenciados no solo por quienes cometen crímenes contra la naturaleza y sus habitantes, sino también por nosotros mismos, cuando decidimos mirar a otro lado, minimizar el daño o dejar pasar la emergencia. Ignorar lo que ocurre en la Amazonía es también una forma de violencia. La hermana tierra, como la llamó San Francisco de Asís, no es un escenario lejano: es parte de nosotros, y cuidarla es cuidar a nuestra propia familia. Somos responsables de ella, pues somos hermanos en esta nuestra casa común. Y como tal, tenemos el deber de protegerla.
La Amazonía no puede seguir esperando nuevos discursos. Se necesitan acciones concretas, políticas con rostro humano y ciudadanos conscientes que asuman su parte en este cambio. El mensaje de Francisco fue para todas y todos, creyentes o no creyentes. El tiempo para escucharlo, para entenderlo y para actuar, no es mañana: ¡Es hoy!
Referencias: