Tingo María: 60 años de guardia en el corazón de la selva

Autora: Claudia Tuesta

 

Un 14 de mayo de 1965, en plena selva huanuqueña, se oficializó la creación del Parque Nacional Tingo María, la segunda Área Natural Protegida por el Estado peruano. Se trataba entonces de un gesto pionero para su época para conservar la belleza y biodiversidad de un territorio dominado por montañas verdes, ríos cristalinos y una silueta natural que, con el tiempo, se volvería emblemática: la Bella Durmiente.

Hoy, sesenta años después, esa apuesta por la naturaleza ha echado raíces profundas. No solo ha protegido la flora y fauna amazónica, sino que ha construido una identidad en las comunidades que la rodean. Desde su interior, el parque late con fuerza gracias a quienes, con botas de campo, libreta en mano y una sonrisa de bienvenida, han hecho de su cuidado una vocación.

“El Parque Nacional Tingo María representa una conexión viva entre la naturaleza, la historia y las personas. Es un espacio para conservar, pero también para educar y generar oportunidades”, afirma el ingeniero Luis Flores, jefe del Parque Nacional Tingo María.

Los guardianes de la Bella Durmiente trabajan en difundir, monitorear, apoyar a la investigación y atención al público. Foto: Christian Quispe | Fuente: Mongabay

Donde la Amazonía comienza a contarse

Ubicado en la provincia de Leoncio Prado, este parque de más de 4,700 hectáreas protege bosques húmedos que forman parte del ecotono entre la sierra y la selva. Es el hogar de osos andinos, guácharos, monos y más de 240 especies de orquídeas. Su ubicación estratégica y su diversidad biológica lo convierten en un punto clave para comprender y conservar la Amazonía.

“Este es un parque amazónico, aunque estemos en la antesala de la selva. Aquí se siente el calor, la humedad, la abundancia verde. Cada visitante que llega puede conectar con la Amazonía desde este lugar”, destaca Karla Tito, especialista en turismo del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado – Sernanp.

Tito es parte de un equipo que impulsa un turismo sostenible y educativo. Señala que cada año se reciben a miles de estudiantes, viajeros nacionales y extranjeros que buscan no solo ver paisajes, sino comprenderlos. “Buscamos que el turismo sea una herramienta de transformación. Que la gente se lleve una experiencia y un mensaje”, dice.

Numerosas especies de flores pueden ser apreciadas en las diferentes rutas del Parque Nacional Tingo María. Foto: Christian Quispe | Fuente: Mongabay

Historias que florecen en la selva

El parque no sería el mismo sin las personas que lo habitan, lo recorren y lo defienden. Uno de ellos es Emiliano Carrillo Mena, guardaparque desde hace más de 15 años. Su historia personal es inseparable del bosque: aprendió de su abuela el amor por las flores y hoy es el principal cuidador del orquideario del parque.

“Mi abuelita me enseñó a cuidar las flores. Desde niño sentí esa conexión con la naturaleza. Y cuando llegué al parque, supe que este era mi lugar”, cuenta Emiliano, con voz firme y pausada.

Con una mezcla de sabiduría popular y formación técnica, Emiliano ha sido clave en el registro y cuidado de decenas de especies de orquídeas, algunas de ellas únicas. Pero no solo cuida flores: también forma a jóvenes voluntarios, sensibiliza a visitantes y alerta sobre los riesgos que enfrenta la biodiversidad local.

“Cada especie cumple un rol. Pero si no las conocemos, es fácil destruirlas. Por eso es tan importante educar desde el parque”, añade.

Nuevo tipo de orquídea fue descubierto como parte de un estudio de investigación desarrollado por voluntarios del Sernanp y junto al guardaparque Emiliano Carrillo Mena. Foto: SPDA

De depredador a conservacionista

El valor del parque también se refleja en las historias de transformación. Una de las más representativas es la de Luis Adriano Espinoza, hoy guardaparque oficial, quien en su juventud vivió del bosque sin conocer su valor.

“Yo crecí cazando, talando, sembrando donde antes había árboles. No sabíamos que estábamos dañando. Pero al entrar al parque, todo cambió. Aprendí a amar lo que antes destruía”, relata.

Luis llegó al parque como orientador local en 2009. Su vínculo inicial fue práctico, pero pronto se convirtió en una pasión. Hoy, su mayor orgullo es enseñar a sus hijos y a su comunidad el valor de la conservación. “Mi objetivo es que ellos también sientan lo que yo siento ahora. Que aprendan a cuidar”, dice con emoción.

Las quebradas y los ríos vitales para los ecosistemas y las especies del parque. Foto: Christian Quispe | Fuente: Mongabay

Los rostros de la conservación

Quienes trabajan en el parque —desde especialistas hasta guardaparques y orientadores locales— coinciden en que el contacto directo con la naturaleza transforma. Cambia mentalidades, activa memorias y siembra en niñas, niños, jóvenes y adultos el deseo de cuidar aquello que nos cuida.

El Parque Nacional Tingo María ha sido y sigue siendo una gran aula al aire libre. Sus senderos, miradores, cuevas y jardines se convierten cada día en espacios de aprendizaje, donde se enseña el valor de la biodiversidad, el ciclo de la vida y la urgencia de conservar.

“Hemos logrado mucho en seis décadas, pero aún hay mucho por hacer. Queremos fortalecer el trabajo con comunidades, seguir promoviendo el turismo responsable y hacer del parque un ejemplo de educación ambiental”, asegura el jefe del parque, Luis Flores.

Fuente: Inforegión

Un sueño verde que sigue despierto

Silueta de la Bella Durmiente, compuesta por una cadena de montañas. Foto: Christian Quispe | Fuente: Mongabay

El camino no ha sido fácil. El equipo del Parque Nacional Tingo María enfrenta presiones externas como la expansión agrícola o actividades ilegales, pero también ha forjado alianzas, desarrollado estrategias comunitarias y construido una red humana que defiende la vida en todas sus formas.

Hoy más que nunca, proteger Tingo María es proteger la Amazonía. Porque en cada sendero limpio, en cada especie resguardada, en cada niño que aprende con una visita, se construye un futuro más justo y sostenible.

Y en ese corazón verde del Perú, la Bella Durmiente sigue custodiando los sueños de un país que despierta, poco a poco, al valor de su naturaleza.