Autora: Claudia Tuesta
La Reserva Nacional Tambopata – RNTAM – celebra 25 años siendo un semillero de vida y conocimiento. Esta no es solo una celebración simbólica: es el reconocimiento a un modelo de gestión que ha sabido integrar ciencia, comunidad y compromiso ambiental.
Desde su creación, RNTAM, se ha mantenido como un espacio vivo donde la biodiversidad, la investigación y el conocimiento local se entrelazan.

“La reserva protege una de las mayores concentraciones de especies del planeta y, al mismo tiempo, impulsa el desarrollo sostenible de quienes la rodean. Se ha consolidado como una de las más importantes del país por su biodiversidad y por el modelo de gestión que promueve”, destaca Deyvis Huamán, director de Gestión de las Áreas Naturales Protegidas del Sernanp.
Uno de los pilares clave de este modelo ha sido el contrato de administración parcial vigente desde 2008. Gracias a esta figura, se ha podido potenciar la investigación científica, el monitoreo biológico y el vínculo activo con las comunidades locales; donde proyectos como REDD+, la producción sostenible de castaña, la ganadería regenerativa o la artesanía amazónica no solo han frenado la deforestación, sino que han fortalecido la economía local.

“Este modelo permite articular de manera efectiva la conservación con actividades económicas sostenibles que mejoran la calidad de vida en el territorio”, sostiene Huamán.
En paralelo, Tambopata se ha convertido en un verdadero laboratorio ecológico:
Aquí se instaló la primera torre de monitoreo de gases de efecto invernadero del país, dentro del proyecto AndesFlux, liderado por el Instituto de la Naturaleza, Tierra y Energía (INTE-PUCP).

Esta torre mide en tiempo real el intercambio de carbono entre los árboles y la atmósfera, y forma parte de una red que monitorea el gradiente climático desde Madre de Dios hasta Loreto; y, junto a ella, se desarrollan estudios sobre jaguares, lobos de río, guacamayos y el estado de los bosques, articulando a investigadores nacionales e internacionales en una red de conocimiento para el futuro.
Además, las comunidades indígenas han encontrado un espacio para construir planes de vida que integran su cosmovisión y su territorio, participan en el turismo comunitario, en programas de conservación y en la toma de decisiones desde los Comité de Gestión, donde actores locales y estatales construyen la gobernanza del área.
“Buscamos que las comunidades vean los beneficios tangibles de vivir cerca de un área protegida y que se fortalezcan como aliadas estratégicas para su conservación”, afirma Huamán.
Este esfuerzo colectivo también se enfrenta a amenazas.
La minería ilegal, alentada por el precio del oro, sigue siendo un desafío persistente; para ello, la reserva ha desarrollado un sistema de vigilancia robusto: imágenes satelitales, sensores remotos, drones, y más de diez puestos operativos articulados con la Marina de Guerra del Perú, la Policía Nacional y Dirección General de Capitanias y Guardacostas (DICAPI), quienes refuerzan la protección del bosque día a día.

El turismo ha sido otro eje estratégico:
Iniciativas como el sendero elevado hacia el lago Sandoval —accesible para personas con discapacidades—, las colpas de guacamayos como Chuncho y Colorado, y los miradores que invitan a contemplar el dosel amazónico, han convertido a Tambopata en un destino de naturaleza reconocido, especialmente entre visitantes internacionales que llegan fácilmente desde Cusco, todo ello bajo un enfoque de bajo impacto, que pone en primer plano el aprendizaje y el respeto.

De cara al futuro, Tambopata se proyecta como un modelo para el país. Su aspiración no es solo mantener lo logrado, sino avanzar hacia nuevos estándares internacionales como la Lista Verde de la UICN, y seguir siendo un motor de desarrollo territorial.
A 25 años de su creación, la Reserva Nacional Tambopata demuestra que la conservación puede ser profundamente transformadora cuando se hace con ciencia, participación y visión compartida. En medio de la Amazonía, su latido nos recuerda que aún hay tiempo para hacer las cosas bien, porque conservar el bosque no es solo proteger árboles: es generar bienestar, conocimiento, identidad y futuro.