Autora: Claudia Tuesta
Jessica Morón trabaja en el Santuario Histórico de Machu Picchu desde el 2003. Ese año ingresó al equipo del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp) para apoyar en la geolocalización de incendios y el manejo de residuos sólidos, y, desde el 2004, está a cargo de la atención de incendios.
Lo primero que llamó su atención fueron los incendios forestales que se repetían cada temporada seca. Frente a esa realidad, se preguntó qué se estaba haciendo realmente por la conservación. La respuesta llegó con un reto: asumir el liderazgo en la conformación de un equipo de combatientes forestales.
Ella, junto a sus compañeros, inició desde cero: capacitaciones, compra de equipos de protección personal, adquisición de herramientas y formación de brigadas más amplias. Hoy, guardaparques, administrativos y especialistas trabajan juntos en un frente común.
“Me inspiró la conservación y el trabajo en equipo. Estoy orgullosa de mis compañeros porque, a pesar del cansancio, siempre estamos ahí, apoyándonos y protegiendo esas 37 mil hectáreas que son patrimonio de todos”, asegura.

El riesgo constante en el campo
La labor en Machu Picchu no está exenta de peligros. La falta de transporte obliga, en ocasiones, a caminar hasta 10 kilómetros tras combatir un incendio, sumando agotamiento físico a la misión cumplida. En otras ocasiones, los riesgos se materializan en caídas de compañeros por las laderas o desprendimiento de rocas, un peligro recurrente en las montañas del santuario.
Además del riesgo físico, existe una fuerte presión emocional. Se trata de un área emblemática que recibe visitantes de todo el mundo, lo que genera gran demanda de información y coordinación entre instituciones.
El estrés es inevitable, pero el trabajo en equipo lo vuelve manejable. “En esos momentos duros también vemos lo mejor: la solidaridad. Nos cuidamos entre todos y buscamos soluciones inmediatas”, comenta.
El desgaste físico y emocional
Combatir incendios implica jornadas extenuantes. El día empieza a las 4 o 5 de la mañana, preparando víveres, herramientas y equipos. El traslado a las zonas de incendio suele ser largo y en ascenso, con cambios bruscos de temperatura y riesgo de deshidratación.
La unidad del equipo es clave. Mantenerse atentos a sonidos que anuncian caídas de rocas o ramas es parte de la rutina, y con los años, han aprendido a distinguir esos indicios, lo que les ha permitido prevenir accidentes.

Incendios forestales en el Perú: un reto mayor
La experiencia de Jessica Morón en Machu Picchu refleja una problemática nacional. En el Perú, cada año se registran cientos de incendios forestales que afectan principalmente a la Sierra y la Amazonía. Según cifras del Sernanp y el Ministerio del Ambiente, estos incendios destruyen miles de hectáreas de bosques, ponen en riesgo especies endémicas y afectan directamente a las comunidades que dependen de los ecosistemas para su subsistencia.
El Sernanp cumple un rol central en la prevención, control y combate de incendios en las áreas naturales protegidas, articulando esfuerzos con comunidades locales, gobiernos regionales y entidades internacionales. Sin embargo, los incendios también ocurren fuera de estas zonas y muchas veces se deben al uso inadecuado del fuego en actividades agropecuarias.

Hacia un manejo integrado del fuego
Jessica Morón insiste en la necesidad de que el Perú avance hacia un manejo integrado del fuego, una práctica ya aplicada en otros países de Latinoamérica. En la actualidad, la normativa peruana es principalmente restrictiva, lo que lleva a que los agricultores realicen quemas a escondidas, sin control ni acompañamiento técnico, aumentando los riesgos de incendios desmedidos.
La propuesta es que sectores como Agricultura elaboren lineamientos claros y trabajen directamente con comunidades campesinas para promover quemas prescritas y seguras.
“Si seguimos actuando de manera prohibitiva, los pobladores seguirán prendiendo fuego de forma irresponsable y sin consecuencias. Necesitamos enseñarles a manejarlo, no a esconderlo”, advierte.

Consecuencias y llamado a la ciudadanía
Los incendios forestales no solo destruyen biodiversidad. También generan erosión del suelo, pérdida de productividad agrícola y, en consecuencia, menor disponibilidad de alimentos. Esto impacta en los ingresos de las familias rurales y en los precios en los mercados urbanos. Además, incrementan problemas de salud pública y provocan pérdida de especies.
Por ello, el mensaje final es claro: la ciudadanía debe asumir un rol activo y responsable. La prevención de quemas y el reporte inmediato de incendios son prácticas indispensables para proteger nuestro patrimonio natural y garantizar bienestar a las generaciones futuras.
“Las consecuencias son muy fuertes. No solo se erosiona el suelo, también se afectan los medios de vida. Necesitamos responsabilidad y buenas prácticas para que nuestros bosques sigan siendo fuente de vida y no víctimas del fuego”, concluye.
